viernes, 10 de abril de 2009

Aquellos tiempos dorados

Seguimos publicando material que tenía Verde Pasión (ahora con la autorización de su autor, je). En este caso es una hermosa entrevista a Pepe Castro, donde repasa toda su carrera y los momentos más importantes en Germinal. Es un poco largo pero no tiene desperdicio. Ah, fue realizada en enero del 2007.
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Minuto 25 del segundo tiempo. Una nube de polvo recorre la cancha. Gargini hace rápido el tiro libre, Barriga va hasta el fondo y tira el centro, el arquero duda y no sale y una cabeza, una solitaria cabeza, se eleva más que todas y clava un certero cabezazo al ángulo. La tribuna se cae y ese número tres sale corriendo, burlándose del viento, llevando en su frente seis millares de ilusiones. Ese es Eduardo Castro, Pepe para los amigos y fanáticos. Aquellos que ese inolvidable 23 de mayo de 1993 le regalaron su primera gran ovación en suelo rawsense.

—Esos dos goles me marcaron. La primera ovación que recibí en el fútbol fue en ese partido. Imaginate, en esa cancha había seis mil personas. A lo largo del torneo no habíamos vivido tanto cariño, porque salvo al Hugo Geoffroy, que ese mismo día lo ovacionaron porque se había lesionado y estaba en la platea, al resto mucho no nos conocían y no estaba arraigado el sentimiento del hincha para con el equipo. Se empezó a dar ahí recién. Así que esa fue una marca terrible, muy linda para mí, y un recuerdo bárbaro.

Hazañas al margen, la historia de Pepe Castro con la redonda de cuero empezó antes, mucho antes de que acariciara la gloria con la camiseta de Germinal, y mucho más al sur también, en Comodoro Rivadavia. Y ahora, en la playa, con 38 grados de calor y el mar como testigo, el mismo Pepe empieza a revelarla.

—¿A qué edad empezaste con el fútbol?
—Yo empecé a jugar en Comodoro a los trece años, en Deportivo Portugués, un club chico, de la B. En Deportivo estuve hasta los 17 y después me fui a Jorge Newbery. Entre los 17 y 18 años estuve un año parado porque la gente de Portugués no me quería dar el pase. Así que estuve un año sin jugar hasta que hicieron una negociación bastante berreta, como se hace en esos casos, por botines, camisetas y ese tipo de cosas, y me pude ir a Newbery, donde estuve dos años. Para esa época yo tenía pretensiones de irme a jugar a Buenos Aires. A esa edad el verso de que te van a llevar a probar existe en todos los clubes.

—¿Quién te metió?
—Fui solo. Había unos compañeros de la escuela que jugaban en el club y yo jugaba en el barrio, siempre con gente más grande. Y de golpe tuve la oportunidad de ir a jugar al club y me gustó. Aparte de que me gustaba el fútbol, obviamente, me sentí cómodo en el club. Tuve la suerte de encontrar un buen técnico ahí. Un formador bárbaro, un tipo de Córdoba que había llegado hacía poco a la ciudad y cayó en el club. Mercado era el apellido. Con ese tipo nosotros terminamos de pulir un montón de cosas que teníamos del barrio, de potrero.

—¿Quién te hizo debutar en primera?
—En primera me hizo debutar Víctor Doria, que hoy es técnico de la CAI. Jugué un partido en primera, yo jugaba de delantero...

—¡De delantero!
—De delantero. Todas las inferiores jugué de delantero y de volante. Y Víctor me hizo debutar de marcador de punta y... ¡No fue Víctor! Vos sabés que no fue Víctor. El primero fue Carlos González.

—¿En Portugués?
—En Portugués. Jugué ese partido y volví a jugar recién en la segunda ronda, ya con Víctor como técnico. Pero el primero en realidad fue Carlos González. Y ahí quedé jugando de defensor. Jugaba de tres, de cuatro, de seis.

—¿Y que se le dio a González por ponerte de lateral?
—Lo que pasa que este hombre Mercado, el de inferiores, me quiso hacer jugar de volante por derecha y quería que yo tuviera recuperación, que tuviera marca. Y no encontraba la manera de hacerme marcar, yo quería hacer goles. Ya me había acostumbrado a correr para adelante y hacer goles. No quería bajar. Entonces me hizo jugar de ocho y después de cuatro, para que agarrara marca. Y bueno, tenía buena proyección de hecho, así que aprendí a marcar, me empezaron a salir bien las cosas, debuté en primera como marcador de punta y todos los técnicos que vinieron me dejaron atrás.

—¿De qué equipo eras hincha en Comodoro?
—De Huracán. Era hincha de Huracán y me fui a jugar a Newbery. Pero de hecho tuve un tiempo de prueba en Huracán. Pero en ese momento Huracán era como Cipolletti, estaba a esa altura. Y no me dieron mucha pelota. Yo era muy chiquito, flaco y bueno, pasó un tiempito más y me fui a probar a Newbery, y el técnico que tenían en ese momento me había visto jugar en Portugués, así que me ficharon, después de ese año que estuve parado. Bueno, ese año salimos campeones y tuve la suerte de jugar un Regional con 18 o 19 años. Fue muy bueno para mí como experiencia pese a que no conseguimos buenos resultados, porque no pasamos la primera fase, nos eliminó Argentinos de Gaiman. Pero bueno, ahí ya me vieron jugar de acá y al otro año hubo un pedido de un hermano del Loco Febrero, Hugo. Me fue a ver y no me dieron el pase, entonces estuve otro año parado. Me fui a jugar un tiempo a Chile y estuve siete meses dando vueltas. Cuando por fín conseguí club en Chile tampoco me quisieron dar el pase, me querían vender, valía más que Gago (risas). Y bueno, estuve otro año parado hasta que sobre octubre me fue a buscar otra vez Héctor Febrero. Esto fue en octubre del 92, me había recomendado el Beto Bellido que era un técnico de Comodoro que trabajaba en la CAI. Y bueno, así llegué a Germinal.

Cuando bajó del colectivo en Rawson, Pepe Castro muy probablemente no se imaginó lo que viviría en ese año y medio en la ciudad. Tampoco que tan poco tiempo en un club marcaría a fuego su corazón con los colores verde y blanco, por el resto de su vida.

—Mi principio en el club fue fabuloso. Tuvimos un campeonato muy bueno, brillante, porque llegamos a las semifinales con San Miguel y vivimos la efervescencia del pueblo de Rawson. Nosotros, como jugador te hablo, lo disfrutamos muchísimo. Fue ahí el momento en que uno se hizo hincha del club también. Calculá que yo no era hincha de Germinal, pero en ese momento hubo cosas que viví en la ciudad que me hicieron quedar marcado con la camiseta de Germinal. Es así que nunca lo olvidé. Siempre dije y digo que soy hincha de Germinal.

El defensor comodorense fue protagonista del inicio de la "era dorada" del club. El propio Castro lo definió así: "Una seguidilla de cuatro años en la que no se paró de conseguir éxitos, apartando la temporada 93/94, cuando no se hizo una bueña campaña. Ya para el año 95 se volvió armar un buen equipo, más que nada por el poder adquisitivo de Germinal que le posibilitaba traer jugadores de Buenos y porque el técnico Luis Bastida no le erraba con los jugadores a los que apuntaba".

—¿Eras de hacer muchos goles?
—Toda mi carrera hice goles porque ya te digo, antes jugaba de delantero o de volante, entonces me quedó que a la hora de ir para adelante y llegar al área tenía la picardía y la lucidez para definir, porque lo había hecho de chico. Entonces hacía goles.

Y vaya si los hacía. En el Torneo del Interior 92/93 totalizó tres goles, los dos ya mencionados a San Miguel y uno a Club Mercedes, en la recordada goleada 5 a 0 en Rawson.

Para la revancha con San Miguel, el equipo viajó muy confiado, convencidos todos los jugadores de que estaban ante las puertas de la gloria, y de que abrirlas dependía sólo de ellos. Pero el destino les tenía preparada una jugarreta, una que ni el más pesimista hubiera imaginado, y en el momento menos pensado. Algunos hoy todavía insisten con llamarla "la semana trágica".

—¿Qué pasó con el partido contra San Miguel en Buenos Aires? ¿Por qué se jugó más tarde de lo debido?
—Estuvo el paro de árbitros. El único paro de árbitros que hubo en toda la historia del fútbol argentino nos cayó a nosotros.

—Y se tuvieron que quedar allá.
—Y sí. El Loco había conseguido un lugar para hospedarnos, que era Puerto Pibes. No sé si por intermedio del gobierno o como era el tema. Tampoco nos convenía venirnos porque era un viaje larguísimo. Así que se hizo el esfuerzo para que nos bancaran ahí una semana. Nos quedamos y fue una semana trágica, porque falleció la mamá de la Chancha Ramírez un jueves y esa semana hubo una epidemia de gripe en Puerto Pibes que nos mató a todos. Todos con gripe, fiebre, dolor de cabeza, de garganta... Nos pasó de todo. Pero bueno, hicimos lo que estaba a nuestro alcance porque San Miguel también tenía un equipo bastante curtido en el Nacional B y en el ascenso de Buenos Aires y era un duro rival.

—¿Sos de ponerte a pensar en lo que hubiera pasado si algunas cosas hubieran sido diferentes?
—No. En ese momento sí, nos lamentábamos todos, obviamente. Pero después uno ya no lo piensa. También éramos conscientes de que nos faltaba. A esa instancia habíamos llegado muy diezmados. La lesión de Hugo nos golpeó mucho.

—¿Es cierto lo que cuentan de que se lesionó con un vidrio roto por un hincha?
—Claro. Fue en el partido que le ganamos 5 a 0 a Mercedes. En ese momento creo que el hincha se terminó de identificar definitivamente con el equipo. O se acercaba al cariño que despierta siempre un equipo. Bueno, entonces uno de los hinchas se acercó por la ventanita del vestuario, se apoyó en un vidrio que lo habían pegado el día anterior con macilla y fue así como la cuentan todos; se cayó el vidrio para adentro, increíble, Hugo se estaba secando el cuerpo y le cayó el vidrio en el tendón... y nos mató. Pero bueno, son las cosas que tiene el fútbol, ¿no? Increíble.

Con la eliminación consumada pero sin lamentos, Pepe Castro siguió en Germinal, preparándose con todo para el siguiente Regional. Después de ganar invictos la primera ronda (seis victorias en igual cantidad de partidos), Castro se rompió un menisco y lo operaron. Quince días después de la intervención quirúrgica decidió arriesgar todo y pidió que lo infiltraran para jugar la eliminatoria contra Alianza de Cutral-Có. Tanto sacrificio no tuvo premio, y tras dos derrotas, Germinal quedó eliminado. Fue el final de otro sueño, pero pronto tuvo revancha para el defensor. En mayo del 94, y luego de una exigente pretemporada a cargo del preparador físico Fernando Porlay, el técnico del Verde, Luis Bastida, mandó a Pepe a Buenos Aires para que se probara en Huracán y tuviera su posibilidad en el fútbol grande. Estuvo un mes y medio viviendo en la pensión del club y rindiendo exigentes pruebas todos los días, a la orden del DT Héctor Cuper, hasta que un buen día se decidieron a contratarlo.

—Me costó mucho, porque ellos le decían a Luis que era muy difícil que un jugador de 24 años llegara a esa edad, que algo debería haber tenido en el camino o en mi personalidad para no haber llegado antes. Así que dudaban, y por eso fueron tan largas las pruebas. Pero bueno, por suerte se dio todo para que quedara.

—¿El mismo Cuper te hizo debutar en primera?
—Sí. Una vez que me ficharon, el primer partido que jugué fue en tercera e hice un gol muy lindo. En los primeros tres partidos jugué muy bien e hice dos goles. Ese que te dije y uno más. Y el cuarto partido ya me llevó al banco de primera. Fui suplente uno o dos partidos y en el tercero entré a jugar un ratito de ocho. Faltaban cinco minutos y le estábamos ganando 1 a 0 a Ferro. Y el debut como titular fue con Independiente, y perdimos 2 a 1. Ahí empecé a jugar bastante seguido. A la siguiente semana tuve una contractura y me perdí el clásico con San Lorenzo. Pero bueno, Cuper me tenía mucha confianza y creía que yo iba a ser titular indiscutido en el club.

—¿Llegaste a afianzarte como titular?
—Cuando terminó la pretemporada Cuper me confirmó que en los cinco primeros partidos del campeonato yo iba a arrancar como titular. Eso era importantísimo para mí. Una motivación infernal y una muestra de confianza bárbara.

"Bueno, arrancó el torneo, jugué el primer partido y me agarró pubalgia. La lesión ahí me cocinó. Volví a jugar en la sexta fecha contra Boca, me pidió que jugara él. La verdad que me tenía muchísima confianza, me veía muchas condiciones. Yo los partidos que jugué con él le demostré que estaba muy bien y que no lo iba a defraudar. Tal es así que cuando se fue a Lanús me quiso llevar con él. Yo seguía con la pubalgia y no me pude ir. Ese año me liquidó la pubalgia. De eso sí me lamento, pero bueno, es la vida del jugador.

—En un partido te tocó marcar a Maradona. ¿Qué recordás de esa experiencia?
—En realidad no fue que lo marqué permanentemente, pero justo tengo una foto delante de él. Imaginate que era el sueño de cualquier jugador en ese momento. Mi primer sueño era jugar en la cancha de Boca, y lo cumplí en la sexta fecha del 95. Jugaban el Beto Márcico, Manteca Martínez, el Negro Tchamí, que incluso tengo la camiseta de él. Bueno, ese era mi primer sueño y me quedaba el otro, jugar con Maradona, y yo ya pensaba que no se cumplía porque Diego se había retirado. Por suerte volvió a jugar y ahí me tocó jugar en contra de él. Dentro de todas las cosas feas que hay en el fútbol, la envidia, la competencia, las lesiones y un montón de manejos raros que hay, estas cosas te compensan tanto que uno se olvida de los malos momentos. Al que estuvo lesionado y al que le ha tocado vivir cosas feas, siempre espera que le pasen cosas gratas en el fútbol y esa para mí fue una hermosísima.

—¿Por qué te fuiste de Huracán?
—De Huracán me fui porque (Carlos) Babington llegó al club, y no me quería mucho, no me tenía en cuenta, a pesar de que yo había terminado jugando con él los últimos partidos del campeonato. Cuando llegamos al inicio de la pretemporada me dijo que no iba a estar en sus planes. Igual me quedé en el club porque tenía contrato hasta el otro año, y después resultó que Babington estuvo dos meses más y se fue a Racing, y a Huracán vino Pancho Ferraro. A todos los que estábamos al margen nos llevó a entrenar de vuelta con la primera. Me puso en tercera y me fue muy bien. Imaginate, hacía dos o tres meses que estaba afuera y tenía unas ganas de jugar infernales. Me rompí el alma, me fue bien e hice dos goles en tercera división, pero bueno, Ferraro era amigo de Babington —después te vas enterando de eso—, y aparentemente Carlos le dijo que yo no era muy buen profesional. Así vino la mano y me limpiaron. Tampoco tuve suerte en la decisión porque yo rescindí el contrato por falta de pago y Pancho también estuvo tres meses y se fue del club. Si me hubiera quedado por ahí me hubiera ido mejor en el club.

—¿Y a dónde fuiste?
—Pedí la libertad de acción y quedé libre en diciembre, y en el receso de verano sólo había cupo para dos jugadores en Buenos Aires, así que todos fichaban delanteros o volantes y yo quedé colgado hasta junio del año siguiente. Ahí me fui a una prueba de jugadores libres en Tigre. El representante que yo tenía era muy honesto, muy legal, y no era de meter jugadores si no eran pedidos. Un empresario típico hoy chantajea un poco. Vende una figura y mete en el paquete a otro. Horacio no, era un tipo muy legal y bueno, y realmente yo lo busqué por eso, pero en ese momento no me sirvió, tendría que haber tenido alguno medio chanta.

"Y bueno, hice esa prueba, entre los 200 que se presentaron quedé yo solo, pero Pascutti, el técnico, tampoco quería defensores porque ya había hablado con uno, y me terminó diciendo que no le iba a servir. Así que estuve dos meses parado en Buenos Aires y me volví a Comodoro. En ese lapso yo me separé, rompí con la flaca, así que estuve cuatro o cinco meses en Comodoro Rivadavia hasta que decidí volver otra vez a la zona y fui a jugar a Soltex. Jugué medio año y salió la posibilidad de irme a probar a Olimpo. Fui, quedé, estuve un año y después lo conocido, me vine a Brown, a Puerto Madryn".

—¿Es muy difícil separar los problemas personales del rendimiento futbolístico?
—Es difícil, sí. Todo repercute. La vida del jugador de fútbol no es fácil. Todos ven la parte linda pero yo te cuento que el tema de las lesiones, los problemas con los técnicos, la parte contractual cuando uno tiene que negociar... Hay un montón de cosas que no son para nada simpáticas y por ahí la gente no las conoce. La gente ve que el jugador entrena tres horas por día y vive de lo que le gusta. Y no es tan fácil. Primero hay que hacer muchísimo sacrificio para llegar a ese lugar, y muchísimo más para mantenerse. Así que cuesta mucho. Obviamente que al que le gusta, y nosotros que estamos en el fútbol, sabemos que es una vida muy linda mientras sale todo bien. Cuando va todo bien es fabuloso.

—¿Cómo calificás tu paso por Brown?
—Y Brown fue... fue hermoso. Mi paso por Brown fue bárbaro porque tuvimos la suerte de coronarlo con el ascenso al Argentino A y, junto con los años en Deportivo Madryn, fueron los tiempos en que mejor jugué. Más allá de los goles y de la amistad que uno cosechó, futbolísticamente estaba al máximo de mi experiencia, bien de la cabeza y estaba cerca de mi hija Oriana, entonces estaba más tranquilo y bueno, me fue bien. Me fue realmente bien. Lamentablemente después terminé en conflicto con los dirigentes, tanto en Brown como en Madryn, pero en lo deportivo me fue muy bien.

—En la final provincial del Argentino B 2003 hubo una relación de amor-odio entre vos y la hinchada de Germinal, ¿puede ser?
—No, no, algunos me putearon, aprovecharon el bolazo y me putearon, pero hubo gente que hizo una bandera que eran amigos míos, con los que yo siempre compartía algún asado, que la hicieron a modo de joda. Pero no, el cariño con la gente de Germinal siempre estuvo bien. Obviamente con los que me bancaban y me querían un poco, ¿no? Había gente, como en todos lados, que no le cabía lo mío y aprovechó el momento para putearme. Pero bueno, es típico de las relaciones, no sólo del fútbol, sino que en cualquier trabajo pasa lo mismo. Pero siempre fue buena la relación con la gente de Rawson.

—¿Te sentís ídolo de Germinal?
—No, yo creo que no. Ídolos en Germinal no sé si hay muchos. Deben ser los viejos, no sé, Pitoto Celi, toda esa gente que jugó años en el club. Pasa lo que pasa en Buenos Aires, ahora los chicos se van muy rápido y la gente no alcanza a disfrutarlos. Y acá en Germinal pasa lo mismo, un jugador que anda bien se va a ir a otro club a progresar. Así que en la medida en que el club no esté jugando un torneo muy importante y relevante no va a haber ídolos. Me parece que ídolos son la gente grande que quedó de épocas pasadas, que jugaban diez o quince años en el club y de ellos se acuerda la gente.

—¿Qué meta te queda por alcanzar dentro del fútbol?
Uno aspira a seguir creciendo como técnico y por qué no llegar a dirigir un club de primera división. Los pasos que tuve por el fútbol profesional me han dejado muchas enseñanzas y sé que no es tan importante ni tan grande lo que se ve del fútbol profesional como lo que uno magnifica estando lejos. Uno cree que los técnicos en Buenos Aires son terriblemente capaces, que son unos fenómenos y que deslumbran en cualquier sentido, y muchas veces dejan mucho que desear. No me siento lejos ni incapacitado para llegar a algún equipo de esos. Ojalá sea con un equipo de la zona, porque más allá de que a uno el ego lo lleve a querer dirigir en primera división y estar en un club importante, por lo que significaría para un equipo de acá. El reconocimiento de tu lugar no es el mismo que te pueden dar en un equipo de Capital Federal.

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